Fundamentos de la Historia Ancestral
La arquitectura, desde los inicios de la civilización, ha sido una forma de expresar poder, religión y conexión entre las personas y su entorno. En antiguas ciudades como Cahokia podemos ver cómo se manifiestan estas ideas a través de la organización del espacio, la elección de materiales y la escala de las construcciones. Al igual que Cahokia, existen ciudades como Teotihuacan, Tikal, Tenochtitlán y la Ciudad Prohibida que, aunque pertenecen a contextos culturales y geográficos distintos, comparten elementos arquitectónicos fundamentales. Algunos de estos elementos son las planicies, los basamentos y las plataformas, todos ellos concebidos no solo con fines prácticos, sino también simbólicos y espirituales.
En la arquitectura, se le conocen como planicies a los terrenos llanos y extensos utilizados para facilitar la construcción de grandes complejos ceremoniales, administrativos o residenciales. La creación de estas áreas planas reflejaba la intención de imponer orden sobre la naturaleza, convirtiendo el paisaje en un escenario para el poder humano y divino. Un ejemplo destacado es Tenochtitlán, donde los mexicas construyeron una planicie artificial sobre un lago. Este logro de ingeniería permitió edificar templos, calzadas y canales que no solo resolvían necesidades prácticas, sino que también representaban la unión entre el hombre y los dioses a través del dominio del entorno natural.
Otro elemento esencial son los basamentos, estructuras sólidas y elevadas que sirven como base para templos, palacios o monumentos. Estos elementos tenían una función estructural y simbólica, pues al elevar los edificios, se creaba una separación física y espiritual entre lo terrenal y lo divino. En la Ciudad Prohibida, por ejemplo, los edificios imperiales se levantan sobre elegantes basamentos de mármol blanco, reflejando jerarquía, pureza y el poder absoluto del emperador como mediador entre el cielo y la tierra.
Las plataformas, por su parte, son superficies planas y elevadas similares a los basamentos, pero más amplias y funcionales. Estas suelen tener un sistema escalonado de niveles, como en una acrópolis. El caso más representativo es el de la Acrópolis de Atenas, donde la gran colina natural se transforma en una plataforma sagrada para templos, otorgándole protagonismo visual y simbólico sobre la ciudad. De manera similar, en Tikal, las plataformas conectaban pirámides y plazas, generando una composición ordenada que guiaba el movimiento de las personas durante las ceremonias religiosas.
Estos elementos —planicies, basamentos y plataformas— no solo tienen una función estructural, sino también simbólica. Gracias a ellos se puede observar cómo cálculos precisos, proporciones y principios geométricos organizan los espacios y promueven el orden, la simetría y el propósito. Por ejemplo, en Teotihuacán, la disposición simétrica de la Calzada de los Muertos y las pirámides del Sol y la Luna refuerza una sensación de equilibrio y poder divino, conectando la arquitectura con la cosmovisión de sus constructores.
Al estudiar estas ciudades, podemos apreciar su escala, proporción y el alto nivel de artesanía que implicaron. Es muy probable que, sin la implementación de estos fundamentos arquitectónicos, muchos de estos monumentos no habrían resistido el paso del tiempo. En última instancia, la arquitectura antigua no solo fue una respuesta funcional a las necesidades humanas, sino también una manifestación tangible de la identidad cultural, la fe y el ingenio técnico de cada civilización. Estos espacios construidos siguen hablándonos siglos después, recordándonos que la arquitectura no solo edifica estructuras, sino también significados, historias y conexiones entre lo humano y lo divino.
Comentarios
Publicar un comentario